CARPINTERÍA BOERO
Fundada por tres socios, amigos, que con el pasar de los años encararon caminos diferentes, paulatinamente, se dio paso a la carpintería que lleva hoy un único apellido: Boero. Una empresa familiar acostumbrada a tomar decisiones en equipo: Libertad y Rubén, el matrimonio; Gerardo y Marcelo, los hijos. En la primera parte de esta entrevista, Gerardo compartió su experiencia y perspectiva sobre los desafíos de llevar adelante el día a día de la empresa. Luego, nos contagiamos con la emoción que sintió Ruben al recordar anécdotas y repasar el largo trayecto recorrido.
¿Cuántos años tiene la empresa y a qué se dedican?
En el año 1959 se creó la sociedad entre los tres, que eran docentes de UTU. En 1974 Papá quedó solo. En 1980 mudamos el taller de la calle Cipriano Miró para acá, en la calle Fray Bentos. Siempre se hicieron carpintería de obra y muebles. En una primera época, mucha puerta, marco y ventana. Con el tiempo hemos logrado posicionarnos en la fabricación de muebles exclusivos, de trabajos a medida en barrios privados, hechos en maderas nobles, lapacho, roble y otras maderas que no son fáciles de trabajar y en dimensiones que no se compran hechas, sino que hay que encargar. Y nos caracteriza el trabajo de mobiliario curvo. Lo que hacemos en los últimos tiempos es una carpintería especial.
¿Cómo se dio tu ingreso a la empresa?
En realidad, en un momento, mientras yo estudiaba en la Facultad de Arquitectura, un capataz tuvo un problema
de salud y lo cubrí durante ocho meses. Luego me fui, seguí estudiando, pero ya cuando me casé, vine firme acá y nunca tuvimos problemas.
No es poco decir…
Es una empresa familiar, nosotros somos cuatro. Si bien mi hermano atiende otra empresa, las grandes decisiones siempre las conversamos entre todos. Y acá adentro siempre estuvimos juntos con mi mamá en la parte administrativa y mi papá en carpintería. Hasta el inicio de la pandemia nos veías a los tres, luego nos reorganizamos para que los mayores no estuvieran expuestos.
¿Cuál es el principal desafío de dirigir una empresa?
Lo más difícil es cuando las empresas quedan en lo que yo llamo “contextos críticos”, que son generalmente por falta de trabajo. Nuestro mercado no es estable, nunca lo ha sido, y además en este país las empresas tenemos cuatro meses de vida. En la pandemia pasamos a estar en contexto crítico, porque si bien podíamos producir, no podíamos entregar, porque no podíamos entrar a ninguna casa. Entonces, tuvimos que resolver cómo hacer para poder trabajar. Esta empresa tiene 65 años, ya hemos pasado varias crisis, aunque esta fue una de las peores, porque era nuevo lo que ocurría y los costos seguían corriendo… Por suerte ahora estamos estables. En momentos así, no queda otra que recurrir al ingenio e intentar solucionar el problema de alguna manera.
¿Cuál es tu motivación para sortear la dificultad?
Hay que no perder el objetivo: que la empresa esté abierta, que venda, que sea rentable. A veces uno prefiere no ganar, empatar, pero subsistir. No es fácil. Si vos tomás una decisión y te va mal, no somos solo tres familias, sino las once que están acá adentro. Más los fleteros que trabajan con nosotros, las familias donde compramos los insumos, un montón de gente que está dentro de una cadena de producción.
¿Cómo abordás la gestión del personal?
El manejo del recurso humano no es fácil porque es un recurso variable: un día viene de una manera y al otro día viene de otra; a veces hay desentendimiento, uno se enoja con otro y alguna cosa de esas puede pasar. Siempre hemos intentado formar un equipo porque al ser pocos y los trabajos tan variados, a veces solo una persona no puede hacer un trabajo, entonces tiene que ayudar otra. Lo ideal es que formemos un equipo. Si el equipo funciona, funciona todo. En un recurso material, un tablón que no sirve se resuelve comprando otro, pero en recursos humanos no se gestiona de esa manera. No es fácil, pero con entendimiento, con un poco de paciencia y con ese objetivo de que se forme un equipo, decanta solo, porque el que no forma el equipo, no puede estar.
¿Qué aprendiste de tu padre en este sentido?
Él siempre se manejó bien con las personas, nunca tuvo problemas graves con nadie. Quizás estudiar docencia lo ayudó a tener esa paciencia que se necesita, para enseñar y para no tomar decisiones precipitadas, que
no conducen a un buen camino. Él siempre trabajó con paciencia e intentó educar a los muchachos en que se preocuparan por el trabajo. Para trabajar uno tiene que hacer de docente, porque cuando una persona nueva entra, hay que enseñarle el oficio. Uno tiene que estar ahí. Ver de cerca y guiarlo: “Poné la mano así… Pensalo de esta manera… Preguntale a aquél…”. Acá es como si fuéramos una familia, la gente no trabaja presionada sino enfocada en que todo lo fabricamos como si fuera para nosotros. Y siempre le digo eso a los clientes. De repente nos sale algo mal, se dobla una madera, entonces se cambia por otra. De la planificación a la fabricación hay una brecha, pero eso pasa porque estamos haciendo algo que es único.
¿Cuál es tu mayor satisfacción en el trabajo?
Por un lado, saber que esto que empezó mi padre hace muchos años y que hoy, por suerte, ellos pueden estar más en casa y saber que la empresa está funcionando. Por otro lado, el desafío de abrir y cerrar cada día una empresa como esta, en un mercado cambiante, en el que tenés que tener mucho ingenio para salir adelante, para competir, para ser más eficiente.
¿De tus padres qué es lo que más has aprendido?
Creo que los valores de vida que nos han enseñado. Mantener a la familia unida, pese a los problemas. La fortaleza de esta empresa es el núcleo familiar, que es inamovible. Desde la pandemia estoy solo en el día a día, pero no en realidad no lo estoy, porque ellos están conmigo y lo mismo le pasa a mi hermano en la otra empresa, está solo, pero sabe que estamos con él. También aprendimos a tener respeto por el trabajo, por el otro y por el trabajo del otro. Creo que hoy se han dejado de valorar ciertas tareas y que no debería ser así. Para mí tiene el mismo valor barrer el piso, limpiar y tener ordenado, que el mejor trabajo de carpintería que haga cualquiera. Vale lo mismo el que limpia, ordena y va a tirar la basura, que el que está haciendo la mejor mesa redonda, porque si esa persona tuviera todo mugriento alrededor no podría ejecutar bien su trabajo. Entonces, nos dividimos las tareas, pero somos un equipo y todas las tareas aportan al logro del objetivo final, que es el trabajo terminado. Tenemos que intentar ser mejores en todo lo que hacemos. El diccionario es el único lugar en donde el éxito está antes que el trabajo. En el resto, no.
RUBEN BOERO
Extractos de una conversación con un docente y carpintero
“Me llamo Ruben María Boero Pérez y nací en Costa de Illescas, en el departamento de Florida. Mi padre había rentado un pedazo de campo y a los sesenta años decidió mudarse a Montevideo, cuando yo tenía diez. En aquella época el campo era una ruina, apenas se sobrevivía. Como tenía toda la familia acá –nueve hermanos– se vino y trabajó de albañil y pintor”.
“Mi hermano hacía changas en el fondo de casa, porque trabajaba en un aserradero. Ese fue mi primer contacto con la madera. Me acuerdo que cuando terminé de sexto año, la maestra me preguntó: “¿Usted va al liceo?” y yo, todo orgulloso, le dije: “No, yo voy a la Escuela Industrial, quiero ser carpintero”. Y quería ser maestro, entonces, cuando cumplí los dieciocho, hice la prueba de admisión y salvé, solo siete personas de veinte salvamos. A los dos años y medio me recibí de Maestro de Taller de Carpintería”.
“Empecé a trabajar en el año cincuenta y ocho en la Escuela de Florida. Viajaba todos los días: llegaba media hora de entrar a clases, paraba en una pensión para almorzar y luego me volvía a Montevideo. También había puesto un taller de carpintería con dos muchachos más, que eran colegas del curso y con quienes llegamos a trabajar doce años juntos: Boero-Estefan-Kasrelevitz. Me acuerdo que fuimos a apuntarnos a la caja de jubilaciones el 10 de octubre de 1959 [se emociona], de esa fecha me acuerdo siempre. Teníamos veinte, veintiún años. Fue una época de mucho aprendizaje, una experiencia muy grande de vida”.
“Trabajé veintidós años como docente y en la carpintería hasta los ochenta y dos años. Me di cuenta de que es una injusticia haber trabajado tanto, porque podría haber viajado… La pandemia puso la distancia, porque si no yo seguía. Y al final, fue para mejor: ahora, él [mira a Gerardo] lleva las cosas perfectamente, mejor que yo, pero eso me costó. Es difícil delegar una empresa, pero a otras personas con empresas familiares les diría que se fueran antes, a los sesenta o a los setenta”.
“Tuve la suerte de trabajar con los mejores arquitectos del país, tuve la oportunidad de hacer cosas muy particulares, muy especiales. Por ejemplo, trabajé con Gómez Platero, con la mueblería El Cabildo, con Revello y muchas firmas más”.
“Para trabajar en familia, hay que ser muy respetuoso de los tiempos y con la persona. No hay que pasarlo por arriba porque sea un hijo, hay que considerarlo como otra persona, como un socio. Él tiene su importancia y tiene que aprender a ser patrón como lo es uno. No hay una escuela de patrones. Uno se hace por la vida, aprendiendo de los errores, con ejemplos de otras personas y así uno va mejorando. Entonces hay que ser respetuoso y apoyar a los hijos, no solo económico, sino con el apoyo que les permite agarrar confianza e independizarse; de lo contrario, se vuelven dependientes”.
Mayo 2022
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