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RAÚL TURNES

Detrás de un muro original de ladrillo rojo y cemento del barrio de la Unión, está ubicada la carpintería que dirige Raúl Eliseo Turnes, tercera generación de una historia familiar de nombres compartidos y trabajo en el rubro. Es hijo de Raúl, quien también heredó el oficio de su padre, Eliseo, inmigrante español responsable de las octogenarias puertas del Santuario Medalla Milagrosa y San Agustín, en Montevideo. “Mi padre me contó que dentro de la madera está lleno de pergaminos, si un día rompen las puertas, aparecerán”. Por ahora, no lo sabremos. La carpintería Raúl Turnes como tal empezó a funcionar en el año 1958, o 59, en un local por Camino Carrasco, zona donde ahora se ubican varias automotoras. Volvían de comprar carne –que en ese momento se vendía únicamente fuera de la capital– cuando el pequeño le hizo notar a su padre que había un local disponible para alquilar o comprar: “Increíblemente, le servía y ahí empezó”. La empresa hoy se dedica fuertemente a la carpintería de obra y algunos de los grandes proyectos en los que han intervenido son el edificio Greenfield de Punta Carretas, el Hotel Mantra en Punta del Este, la remodelación de las habitaciones del Hotel Conrad y, recientemente, la remodelación de una casa de lujo para un alemán, quien decidió construir prácticamente toda en madera.

Raúl Turnes

¿Entonces de chico aprendiste el oficio?


En realidad, no. A esa edad más bien iba a jugar, a romper alguna cosa (risas). Ya crecido, con 20 años, cursaba Abogacía y no me gustaba nada estudiar. Llegué a cursar 2 años y coincidió el cierre de la Facultad por la dictadura con mis ganas de dejar la carrera. Trabajar con mi padre fue una solución para seguir adelante, porque yo ya estaba de novio y quería independizarme. A él le servía mi ayuda porque se había quedado sin empleados, sin trabajos, pero yo no sabía nada del oficio, ni si siquiera sabía cómo estaba armada una puerta. De a poco fui consiguiendo algún trabajito en el barrio, de a poco mi padre volvió a contratar personal y fuimos creciendo. En total fuimos 5 o 6 personas en el taller. Además, con el encargado, Juan Carlos, nos buscábamos changas que hacíamos los fines de semana aprovechando las herramientas y el espacio físico; teníamos nuestro negocio paralelo ahí dentro (risas).


¿Cuándo lograron pasar de aquel taller chico a la estructura actual?


Eso fue una locura mía, por el año 92 o 93. Mi padre se había ido de viaje y cuando volvió se enteró que yo había invertido todo en lo que entonces era un galpón destruido y hoy es la carpintería. Lo arreglamos durante largo tiempo y nos mudamos en el año 94. Nos favoreció mucho una obra grande que hicimos, el Greenfield, un concepto nuevo de edificio de lujo para el momento, todo con madera, frente al Golf. Eso nos permitió dar el salto. Al principio, mi padre no quería meterse en ese tipo de proyecto; él era más artesano, carpintero como los de antes. En cambio yo siempre fui un desastre con las manos, tenía otra visión y le solía preguntar “¿Por qué no podemos hacer tal cosa?”, él me decía “Porque nunca lo hice”, y yo le insistía “Dame una razón”... Y así lo logramos, juntos, entre su experiencia y mis ganas.


¿Cómo se organizaron para responder a ese trabajo de mayor dimensión a lo que estaban acostumbrados?


Hacer el Greenfield fue un desafío, porque fue demasiado grande. Tuvimos que rechazar otras propuestas y posponer otros trabajos. Lo que nos favoreció para poder cumplir fue que en el medio hubo una huelga de la construcción, de unos 3 o 4 meses, entonces aprovechamos a producir y adelantar trabajo con un dinero que ya habíamos cobrado. Creo que fuimos todos un poco inconscientes pero le metimos, sábados y domingos también, para poder cumplir. Al día de hoy seguimos trabajando con esa constructora, Novino.


Después de tantos años, ¿qué es lo que te sigue gustando de tu trabajo?


Me gusta que todos los días hay un problema diferente que parece te va a amargar, pero no, porque cuando algo parece no tener solución le encontrás tres soluciones. Cuando era joven me costaba más encontrarle la vuelta, ahora se me ocurren opciones más rápidamente. Es la experiencia. La gestión del trabajo se aprende haciendo, y cada uno tiene su forma de hacer las cosas. A mi me gusta estar en todo, reconozco que me cuesta delegar: yo tomo las medidas, hago los dibujos, me gustar estar en el taller, ir a la obra. Ya hace mucho tiempo que decidí no ir por precio, prefiero pasar un presupuesto un poco más caro pero saber que va a salir bien. Me gusta poner amor al trabajo, que salgan bien las cosas, y para eso hay que estar. En medio de la entrevista, Raúl se disculpó para atender el celular por una llamada importante. “Eso es lo principal… Sí, lo que quieras, vos decime…”. Del otro lado del teléfono hablaba Héctor, encargado con más de 30 años de trabajo en la carpintería, quien tuvo que ausentarse por un asunto familiar. “Me están entrevistando acá en la carpintería”. Aprovechamos la mención para preguntarle por qué le parecía que había dedicado tantos años de su vida laboral allí: “Como toda persona tiene sus idas y vueltas, pero es un jefe accesible, que siempre ha estado al lado de uno para lo que se precisara. Me acuerdo cuando recién entré, de repente veo que repartían tortas. Era la señora de Raúl que estudiaba repostería y compartía con nosotros lo que hacía. Ya en ese momento era un ambiente bueno, de comunión, y me quedé.”, respondió. “Y ahora no lo dejo ir”, agregó Raúl (risas).


¿Qué sentís cuando escuchás esto?


Lo que más me enorgullece es que tengo un buen trato con todo el personal. Si puedo ayudar con un problema, lo hago. Y cuando hay que poner límites también. Con nuestras diferencias, que siempre hay, nos apreciamos de verdad. Nos saludamos acá, nos saludamos en la obra. A mi me gusta llevarme bien con la gente, y casi todos trabajan hace muchos años acá.


¿Cuál es la receta para generar equipo?


Creo que, en parte, tenés que ser psicólogo. Todos somos diferentes, de repente con alguien tenés que ceder, con otra persona tenés que ser más estricto. Y también tenés que ser director técnico. Me acuerdo que un día Juan Carlos me contó una frase que le había dicho el ingeniero Juan Almirati – sin connotaciones políticas–, quien lo había contratado para algunos trabajos: “Todo el mundo sirve. Sólo hay que encontrarle un lugar donde se sienta cómodo.” Siempre me acuerdo de esa frase. En el taller te pasa eso, hay gente que le gusta hacer más una cosa que otra o que tiene aptitud para una tarea y no para otra. Cuando contrato personal busco tres cualidades: que sea buena gente, que quiera trabajar y que no falte. Mientras cumpla con eso se trata de encontrarle el lugar donde rinda más. Desde mi lugar, lo más fácil capaz es estar en el taller; aprender a administrar la empresa y a manejar la gente es lo más desafiante.


¿Cuáles fueron tus mayores aprendizajes?


En realidad, uno va aprendiendo mucho haciendo y de ver a los demás, de compañeros y colegas. Juan Carlos me ayudó mucho a formarme en el oficio y como amigo. Y de mi padre aprendí todo. Si bien el emprendimiento familiar ya estaba, hubo situaciones malas del país en las que andábamos con lo justo, pero salíamos a trabajar todos los días, volvíamos de noche para armar presupuestos para pasar al otro día intentando hacer algún trabajo más y la recuerdo como una etapa feliz; una etapa en la que parecía que pasaban los años y no habías hecho nada, pero luego te das vuelta y decís “¡Todo lo que hice!”. Si tengo que destacar algo de mi vida es eso: todo lo que hice junto a mi padre, porque el mérito de tener hoy este taller es gracias a la base que él construyó y su enseñanza.


¿Qué consejo darías a la gente más joven que emprende hoy en el rubro?


(Piensa)... Creo que es mejor caminar que correr, pasos seguros. No dejarse nublar por una obra grande que capaz te lleva a fundirte. A veces uno por agarrar más trabajo termina pasando presupuestos bajos y no, tenés que ganar porque si no perdés mucho. Si bien siento que estuve muy presente para mi familia, también dediqué muchas horas al trabajo, perdí muchos sábados y domingos de estar con ellos para cumplir compromisos laborales, y van pasando los años y decís, ¿de qué sirve? Por otro lado, si tenés un taller tenés que estar para defender lo tuyo. Entonces, creo que es muy importante proponerse lograr ese equilibrio de cuidar el trabajo sin descuidar la familia.


Participaste de la donación al Piñeyro organizada por Adimau, ¿qué te generó ser parte de esa movida solidaria?


Cuando me llegó el mensaje por whatsapp, enseguida me prendí. Fue mágico cómo se unió todo el grupo, la camadería que hubo. Espero que se continúe con el entusiasmo para otras acciones también y que la asociación logre beneficios para el sector.


Anécdota de un desafío


Cuando estaba haciendo el Hotel Mantra de Punta del Este, Raúl se enfrentó a un desafío que le quitó el sueño durante muchas noches. En el salón de fiestas había que diseñar dos puertas corredizas de 4 metros y pico de alto por 5 metros de ancho, que tenían que poder abrirse y meterse dentro de la pared y quedar tapadas como si fueran un marco. Faltaba poco para la inauguración, la idea para solucionarlo no aparecía. El arquitecto del hotel le preguntaba cuándo iba a instalar las puertas, la presión aumentaba y el estrés de Raúl también. “Me estaban por matar. Pasaban los días y yo le decía a mi señora ¡¿Por qué no soy como el Sr. Novino?! Él me contaba que se despertaba a las 4 de la mañana, ahí pensaba las cosas, y se iba a las 6 a la obra con todo resuelto. Y a mí no se me ocurría nada. ¡Hasta que una noche soñé la solución! A las 4 y media de la mañana me levanté, me fui al comedor, agarré una hoja e hice unos esbozos. Volví a dormirme y cuando me desperté me sentía confundido: no me acordaba qué idea había tenido, pero ahí estaba, dibujada sobre la mesa.”


Julio 2020

 

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