BARÚ LUSTRES Y LAQUEADOS

Con la frase “Nadie es profeta en su tierra” Danilo hizo referencia, en esta entrevista, al esfuerzo que realizó durante largos años su padre, Daniel Barú, para lograr vivir de su oficio en Uruguay. Había aprendido el laqueado en San Pablo, donde le supo ir muy bien: aprendió rápidamente la técnica y no faltaba trabajo. Muy distinta era la situación en Montevideo, ciudad a la que decidió regresar, a sus 30 años y con una familia muy joven -su esposa y dos hijos chicos–, tras un duro diagnóstico de cáncer terminal. Sin esperanzas de sobrevivir, decidió tratarse en el Hospital de Clínicas. “Papá estuvo dos años internado, literalmente, pero como era joven y tenía muchas ganas de vivir, se salvó”. Atrás quedó la enfermedad y hoy, veinte años después, la empresa que fundó permanece ubicada en el histórico barrio de Punta de Rieles y es dirigida por sus hijos, Alejandro y Danilo.
Es la primera entrevista que hacemos a una empresa de laqueado y lustre...
Siempre fuimos pocos en el rubro. No hay escuelas técnicas, así que el oficio solo se transmite dentro de las empresas que nos dedicamos a esto o en alguna carpintería que tenga una persona para esta actividad en el equipo.
¿En qué contexto nació la empresa?
Cuando mi padre la fundó, recién empezaba a surgir el laqueado en Uruguay. Siempre dijo que fue un error volver
porque en Brasil tenía un buen trabajo en una empresa muy bien posicionada en el mercado; en cambio, en nuestro país tuvo que empezar de cero y nunca imaginó lo difícil que iba a ser.
¿Cómo lograron avanzar en un mercado chico y sin tradición de laqueado?
Hubo que ponerse creativo. Como toda empresa, tuvimos tiempos buenos y de los otros. Y nos volvimos a levantar varias veces. Mi padre solo contaba con el oficio, con su saber hacer. Logró crear y mantener la empresa con mucho esfuerzo y sacrificio de él y de mi mamá, Adriana, quien también trabajó aquí, cuando no había máquinas y todo era más difícil físicamente.
¿En qué momento se integraron tu hermano y vos?
Empezamos a trabajar de chicos porque la necesidad de aquel entonces así lo requería. Mi hermano, que es el mayor, desde quinto de escuela y yo desde segundo de liceo. Alejandro es muy inteligente y heredó de papá el lado más artesanal, aprendió el oficio muy rápidamente y lo mejoró. Gracias a él dominamos los dos mundos, el de la vieja escuela y el de las técnicas más actuales; y también trajo el lustre a la empresa.
Por mi parte, quería ser profesor de Historia, pero cuando estaba tramitando el ingreso al IPA [Instituto de Profesores
Artigas] me di cuenta de que, a pesar de muchas dificultades que habíamos tenido como familia, siempre nos mantuvimos juntos; entonces, ya no tenía sentido para mí resolver mi vida aparte. Tomé la decisión de no empezar los estudios y quedarme a trabajar al taller.
¿Cómo se organizaron entre todos?
Al inicio tuvimos algunos problemas en la dinámica familiar y para sostener la empresa. Mi padre tenía excelente oficio, pero faltaba desarrollar lo comercial. La crisis del 2002 nos encontró con dos muy buenos clientes (que lo siguen siendo), Juan Delfino y Marcos García, pero en esos tiempos necesitábamos con urgencia más trabajo. En un momento mi padre decide que se va a retirar y tuvimos que hacernos cargo. Mi hermano quería dedicarse al taller, y yo, que de chico acompañaba a mi papá a ver a los clientes, empecé a encontrar mi lugar en la gestión y el relacionamiento con otros. De a poco las cosas se fueron acomodando.
¿Cómo fueron esos primeros años dirigiendo?
La verdad es que el contexto me ayudó mucho, porque la industria empezaba a levantar de nuevo luego de la recesión. A su vez, en ese mismo momento, a mis 22 años, hubo un gran cambio en mi vida, donde radico toda mi existencia y lo que soy, y es que acepté a Jesús como mi señor y salvador personal. Soy cristiano evangélico activo y mi propósito es servirle a él.
¿Cómo se manifiesta tu fe en el ámbito laboral?
Como buen cristiano entiendo que Dios me dio la posibilidad de encargarme de la empresa justo cuando surgió mucho trabajo. Me permitió establecerme, sentirme seguro frente a mi familia, a pesar de ser el más chico y con menos conocimiento del oficio. La gracia de Dios me dio oportunidades que supimos aprovechar. Más adelante, cuando en 2010 tuvimos una recaída muy fuerte y con mi hermano decidimos cerrar, nuevamente me ayudó
y puso en mi camino a nuevas personas... De Adimau.
¿Cómo fue ese preámbulo de tu entrada a la Asociación?
Un día le comentamos la situación a Enrique Kogan, que ya era proveedor nuestro, y nos dijo: “Conozco a tu padre, este es el oficio que tienen, ¡¿cómo lo van a dejar?! Los voy a ayudar”. Nos recomendó a otras personas, entre ellas a un señor llamado Heber Coitinho, con quien empezamos a trabajar, pero más allá, fuimos entablando una relación personal. Entiendo que vio en mí mi necesidad, mis ganas de crecer, mis inquietudes, y un día me dijo que me iba a presentar a un grupo que se llamaba Adimau. Y así empezó una nueva etapa para nuestra empresa.
¿Cómo ha sido tu experiencia como socio?
Estar en la asociación me permitió descubrir un mundo muy distinto; sinceramente, al principio no tenía idea de lo que hablaban sobre la industria, lo comercial o los estatutos. Empecé a ir a las reuniones de los lunes, más que nada para escuchar, porque era por ahí. Coincidió que ese mismo día empezaba a funcionar una nueva Directiva y se venían muchos cambios, como la mudanza de la sede. Ahí encontré cómo aportar, con mi fuerza y compromiso, empecé a participar de más actividades y me fueron dando más participación e incentivando a dar mi opinión. Una gran diferencia la hizo una capacitación de PCP para Pymes que cursamos varios socios. Ahí entendí lo que era una empresa de verdad, que no es solamente trabajar bien, sino conocer la industria, los tiempos y costos, los vínculos y mucho más. Un tiempo después Heber me propuso para sustituirlo como secretario y, como dice la frase bíblica “Haz lo que te venga la mano a hacer”, acepté. Yo sabía que el lugar no era para mí, porque no tenía la experiencia o preparación, pero Dios me presentó la oportunidad y la agarré, y así terminé integrando la Directiva durante cuatro años, junto a Juan Pablo Martínez, Heber y Esteban Maestro.
Muchos cambios en poco tiempo...
En nada de tiempo, ¡en solo seis años! Por estar en Adimau pude conocer nuevos conceptos, estar al tanto de los avances tecnológicos en el mundo y me dio la posibilidad de entender cuáles eran las verdaderas necesidades de las empresas con respecto al servicio que ofrecíamos en Barú. Desde ese lugar, pudimos repensar el futuro de la empresa, compramos máquinas y apostamos al crecimiento. Después del esfuerzo de tantos años de todos en mi familia, la proyección era alentadora.
¿Cuáles son las grandes enseñanzas familiares con respecto al trabajo?
El valor del sacrificio, la entrega, estar el uno para el otro y unidos, en las buenas y a las malas. No busco una carrera propia, sino que todo lo que yo hago es para mi familia. Si yo puedo dirigir la empresa es porque mi hermano cubre todo en el taller y mi señora cubre todo en el hogar. La empresa somos todos. Para mí son importantes las personas, las que trabajan hoy con nosotros, pero también las que fueron parte de esta historia.
¿Qué particularidad tiene dedicarse a laqueados y lustres?
El consumidor final ve el mueble por su terminación. Con el laqueado o el lustre podés destruir un trabajo de calidad de un carpintero, así como hacer que un mueble promedio se luzca mucho más. Entonces, está en nuestras manos esa primera impresión de calidad. Una dificultad hoy día es que las placas que llegan al Uruguay son todas de distintos colores y ahí contamos con la paciencia y el conocimiento de mi hermano para mezclar hasta lograr un aspecto homogéneo. El verdadero problema que tenemos es que no hay gente formada en el oficio. Por eso, estamos apostando a formar personas para que la empresa siga creciendo, y así mi hermano y yo pasamos a ocupar otros lugares. Por otra parte, tenemos un contrarreloj intenso, porque cuando el mueble llega a nosotros ya estamos tarde, debido a que somos los últimos en la cadena de fabricación.
¿Y cómo enfrentan esa presión?
Antes nos enfocábamos en calcular lo que no podíamos hacer durante los días de humedad (tonos negros, acrílicos, etc.), hasta que dimos un giro y nos empezamos a preguntar ¿Cómo podemos pintar cuando hay humedad? Averiguamos, cambiamos las cabinas, los sistemas, probamos, mejoramos, y hoy día no importa si hay 100% humedad, producimos igual. Hoy podemos recibir un mueble de tarde y entregarlo al otro día de mañana. El cambio de mentalidad nos permitió redefinir la dirección del crecimiento: mudamos el taller luego de diecinueve años a un espacio tres veces más grande, con cuatro cabinas muy amplias y dos secadores.
¿Qué le dirías a ese niño de 13 años que empezaba a trabajar luego de ir al liceo?
Que confíe en Dios. No le haría cambiar el rumbo, porque el camino que atravesó es el que tenía que vivir. Estoy convencido de la decisión de no seguir una carrera y venir al taller. Hoy tengo la alegría de decir que estamos bien, que tenemos dificultades propias del crecimiento, pero seguimos avanzando. Se van dando nuevas oportunidades para todos los que integramos la empresa. Los que están hace más años van enseñando y los más nuevos van aprendiendo, y tenemos en el equipo a alguien más de la familia, nuestro primo Carlos. Es de verdad un buen momento, pero no vamos a perder la humildad: “Mirad la roca de donde fuisteis tallados, y la cantera de donde fuisteis excavados”. No me pongo límites, pero tampoco pasa nada si mañana tenemos que volver a achicarnos. Estoy en paz porque lo estamos dando todo.
¿Qué mensaje te gustaría transmitir a nuevos socios de Adimau?
En mi experiencia, no se trata de llegar y preguntar ¿Qué beneficios tengo?, no es por ahí. En mi caso, entré sin saber nada, fui comprometiéndome, me empezaron a dar participación, fui conociendo a otros socios en las distintas actividades y en los viajes pude generar amistades, como con Pablo Lin a partir de Ligna. Todos esos movimientos repercutieron en mi empresa, al punto que con Juan Pablo decidimos apostar al desafío de crear Big Sur, una empresa constructora de proyectos en madera. Jamás imaginé ese primer lunes que pisé Adimau que ¡estaba compartiendo mesa con mi futuro socio! Por eso, creo que es estar, hacer, involucrarse. No depende de Adimau, depende de uno.
Diciembre 2024
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