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HERMANAS GARCÍA CAVAGNARO

ASERRADERO EL PUNTAL

ROBERTO CUITIÑO

Cecilia, Silvia, Elisa y Gisele: las cuatro hermanas.


“Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera…” es una frase que les sienta bien a Elisa, Silvia, Cecilia y Gisele, cuatro hermanas que dirigen El Puntal, aserradero que surgió en 1962 como una apuesta familiar. En ese entonces, el padre de familia, Osiris García Duarte, buscó hasta que encontró una oportunidad de negocio y, con el visto bueno de su esposa, Vilma Cavagnaro Schneiter, abrieron paso al inicio de la empresa.


¿Cómo cuatro hermanas y socias logran equilibrar las relaciones familiares y laborales ¿Cuáles han sido las motivaciones para continuar con la empresa? ¿Cómo se rearmaron luego de enorme incendio que dejó en cero el predio? Gisele y Silvia, dos de las hermanas, nos cuentan sobre todo esto.



¿Cómo nació la empresa? ¿Su padre era uruguayo?


Gisele (G): Sí, papá era de Fray Bentos y se vino a Montevideo. Tuvo varios trabajos hasta que ingresó en el área contable de una empresa de aluminios. Acá conoció a mamá, que era unos años menor que él y, en un momento, ya casados y con nosotras nacidas, le dijo: “Bueno, compramos una máquina o cambiamos el auto”, y mamá le dijo que comprara la máquina. La ubicaron en el fondo de nuestra casa, construida por ellos, que tenía un terreno grande. Ahí papá empezó a hacer cajones y mamá lo ayudaba mucho controlando la gente y recibiendo la madera.


¿Tenía alguno de ellos experiencia en el rubro?


Silvia (S): No, fue una apuesta. Papá no pudo hacer una carrera universitaria porque no había terminado el liceo, pero era una persona muy muy capaz, que le gustaban mucho la administración y la contabilidad (tanto que iba de oyente a la Facultad de Ciencias Económicas). Tengo muy presente que siempre tuvo el sueño de tener su propia empresa, al punto que la abrió y la dejó sin actividad, mientras veía en qué podía involucrarse. Buscó varias alternativas hasta que llegó una licitación de Ancap para reparar cajones. Se organizó rápidamente para trabajar con cuadrillas que hacían ese trabajo y se encargó de que todo estuviera en tiempo y forma, y de solventarlo. Ahí empezó su camino en la madera.


¿Cómo fue creciendo la empresa?


S: Después de Ancap, llegaron pedidos de empresas privadas como Adria, que necesitaba cajones de Pino Brasil para trasladar fideos, y entonces papá empezó a importar la madera para hacerlos. Una lo cuenta como algo sencillo, pero todo eso fue un proceso de años. Por un período papá mantuvo su trabajo de dependiente, porque se necesitaba el sueldo fijo, hasta que tuvo que dejarlo para poder apostar a la empresa, y se arriesgaron a la inestabilidad. Hubo que hacer mucha inversión inicial, porque las empresas pagaban en diferido, y ahí siempre estaban los ahorros de mamá. Ella –que había cursado hasta tercer año de abogacía y llegó a trabajar en un estudio de abogados–, era muy compañera, muy inteligente y sabía administrar muy bien los ingresos. Confiaban mutuamente uno en el otro, se complementaban entre los dos.


¿Y en qué momento ingresaron las hijas?


G: Cuando falleció papá, ya hace más de treinta años. Con 25 y 24 años, Elisa y Silvia se hicieron cargo de la empresa, apoyadas en esta decisión por mamá, que era nuestra impulsora. Cecilia y yo nos incorporamos más tarde, a medida que terminamos los estudios.


¿Cómo fueron esos primeros momentos de la empresa sin su papá a cargo?


G: Él falleció un jueves y cerramos solo el viernes. Había que hacer todo, teníamos mucho que aprender y pasábamos entre doce y catorce horas al día en la empresa. El primer gran cambio fue dejar de lado el trabajo en el monte, que era terrible y nosotras no íbamos a poder con eso. Continuamos haciéndolo por un tiempo, porque ya había montes contratados, pero apenas pudimos tercerizamos con gente de confianza y nos dedicamos a trabajar directo con las tablas.


En un rubro con tanta presencia masculina, ¿fue difícil para ustedes hacerse su lugar?


S: Nosotras somos mujeres aguerridas. Fuimos criadas así, con la convicción de que nadie nos iba a asustar. Cuando faltó papá hubo gente que desconfió, pero poco a poco fuimos brindando la seguridad de que íbamos a hacer las cosas bien. Elisa, que había trabajado en la parte administrativa con papá, pudo aprender el modelo de trabajo, no solo en el orden sino en la conducta que nos transmitía él con su ejemplo. No me acuerdo de tener charlas con él de la empresa, más bien lo veíamos manejarse. Más allá de que fuera mi papá, creo que era un buen empresario, tanto en su gestión como en lo humano, era una persona especial. Quizás por sus orígenes humildes o por su dificultad para poder estudiar, tenía una comprensión especial de los demás y, a la vez, era muy exigente: acá adentro había que cumplir, después podía salir a comer con el personal sin problema.


¿Qué productos y servicios ofrecen hoy? ¿Qué los diferencia de la competencia?


S: Podemos decir que en madera y chapas hacemos todo lo que el cliente desee y, prácticamente, no tenemos competencia a nivel local. Así como vendemos tablas con poco procesamiento a empresas constructoras, canales de televisión o colegios, también vendemos con terminaciones para consumo final. Desde que entrás a una casa, todo lo que ves, desde pisos, zócalos, mesadas, cielorrasos, todo lo podemos abastecer. Por otro lado, en los últimos años Gisele, que estudió diseño de interiores, está explotando productos para exteriores, como muebles de jardín, y servicios de construcción de pérgolas y decks. No nos involucramos en carpintería de obra ni abertura. No somos carpintería, sino una barraca de madera, y hacemos algunos productos terminados para exteriores.


¿Por qué el cliente vuelve?


G: Porque a todo decimos que sí, por el servicio y el asesoramiento. Son muchos años de conocer la madera y esto nos permite asesorar bien. De hecho, a Elisa le piden cada tanto que dé charlas en la universidad...

S: El cliente se encariña con el aserradero por la atención y porque tratamos de interpretar lo que a veces viene a buscar y no sabe; intentamos que se vaya de aquí con lo que él necesita.

G: Y esa forma de atender, que es diferente porque tiene esa calidez propia de la impronta femenina, la aprende todo el personal.


¿Cómo se paran frente a la competencia del exterior?


S: Las cosas van cambiando y hay que adaptarse, principalmente a los precios, pero nosotros apuntamos a la calidad, al servicio y al cumplimiento, de forma tal que el cliente quede satisfecho. También considero que al ser una empresa chica podemos estar más pendientes de los cambios y buscar nuevas soluciones.


¿Cómo han aprendido a trabajar juntas? ¿Cómo toman las decisiones?


G: Cada una se encarga de un área y da devolución a las demás. Esta división fue una decisión que tomamos unos años después de estar trabajando las cuatro en la empresa. Y resultó bárbaro, porque al principio todas estábamos en todo, en cambio ahora estamos al tanto de lo importante de cada área, pero podemos enfocarnos en algo específico.

S: Cuando tenemos que decidir cada una plantea su postura y la fundamenta, y esto es muy enriquecedor. Discutimos, porque todas tenemos fuerza para defender puntos de vista, pero siempre con mucha sinceridad, criterio y respeto.

G: Y, al final, gana la mayoría.


¿Se perciben parecidas o distintas entre ustedes?


S: Tenemos modalidades distintas, pero los valores los compartimos: el respeto, el valor y la honestidad…

G: Hay algo que se trae de la cuna, de la crianza de nuestros padres, que nos facilitó mucho, porque un 50% del camino ya lo tenemos hecho y es el que nos permite avanzar bien en el otro 50%. En la diaria, en lo que piensa cada una, tenemos un denominador común que es muy fuerte.


¿Tienen algún recuerdo concreto de transmisión de valores en el trabajo?


S: Cuando papá arrancó con la empresa, yo en la semana casi no lo veía, y los fines de semana los paseos eran al trabajo [se ríe]. Yo tenía unos ocho años y me acuerdo de que nos llevaba hasta donde estaban las personas que hacían los cajones, muchas veces a sus casas, y nos recalcaba el respeto que había que tener por los otros, por su trabajo, por su realidad. Esos momentos los tengo muy presentes y creo que ahí es cuando se transmiten las cosas. Mi padre era una persona muy solidaria, además.

G: Es eso. Yo viví otra etapa, mis recuerdos ya son de cuando las cosas iban mejor. Me acuerdo de que, en un momento, había “competencia” en la entrada del colegio por ver el mejor auto; papá ya tenía uno lindo, pero cuando se enteró me empezó a dejar a dos cuadras y hacía que yo llegara caminando… Venimos de una base familiar muy sólida.

S: Ambos lados de las familias tenían valores muy arraigados, donde el respeto y la familia eran lo principal. Creo que tuvimos mucha suerte.


De todos estos largos años, cuando miran atrás, ¿qué imágenes aparecen?


G: Las del in-cennn-dio [dice lentamente y con una risa suave, como quien logra ponerle algo de humor a la tragedia]. No quedó nada, era todo carbón.

S: Nos quedamos sin nada de nada…

G: Los bomberos estuvieron tres días para apagar todo. Fue tremendo. No se logró definir si fue ocasionado por alguien o fue un corto circuito.


¿Y cómo se levantaron de ese impacto?


S: De esa forma, con esa fuerza interior que mencionamos antes.

G: Eran las ocho y media de la noche cuando nos avisaron y fuimos llegando y reaccionando de distinta manera frente a las llamas. Pero esa misma madrugada nos sentamos a hablar para ver cómo íbamos a hacer al otro día. No se perdió ni un minuto.

S: Teníamos por General Flores y Propios un depósito, que nuestros esposos ayudaron a transformar muy rápidamente en oficina. También tuvimos el apoyo de Pino, un vecino de la zona que siempre nos ayudó. Él se acercó para ofrecernos usar su casa y así pudiéramos estar en la misma cuadra de siempre.

G: ¡No sabés lo que fue la ayuda de todos en el barrio! En eso el crédito es de las dos hermanas mayores, porque ellas nos enseñaron desde siempre a ayudar acá: la farmacia, la panadería, la modista… En todo lo que se pueda, intentamos generar vínculos y trabajo en el barrio.


¿Con esa misma conciencia apoyan la reinserción social de personas? ¿En qué contexto se generó esta práctica?


G: Hace veinte años empezamos a intentar aportar en esta línea, que fue una iniciativa de ACDE. Elisa trabajaba con el Índice de Responsabilidad Social Empresarial y se fue vinculando, primero, con el Movimiento Tacurú, luego con otras instituciones. Es una apuesta que requiere un trabajo especial, porque se trata de personas que salen de la cárcel o que tuvieron problemas con las drogas, y hay todo un entorno para atender.

S: Queremos que estas personas puedan reestablecerse y por eso hacemos un esfuerzo extra como empresa. Algunos casos no resultan como era deseable, pero otros sí, y cuando eso ocurre te inunda de alegría, te da fuerzas para volverte a involucrar. Emocionalmente, para la empresa es un orgullo haber tenido a esa persona que logró establecerse, formar su hogar y seguir adelante.

G: También vemos lo importante que es apoyar al personal inmigrante, quienes tienen una herida abierta tras haber tenido que dejar su país, separarse y estar lejos de su familia. En la empresa tratamos de generar un entorno que colabore.

S: En todos los casos, cuando tomamos a una persona nueva en la empresa, quien sea, es con el compromiso de que va a poder aprender y seguir estando mientras sea buena persona. Tenemos la suerte de ser pocos y de poder observar lo que para nosotras es importante.


Ustedes recibieron muchos valores. ¿Cuáles les gustaría transmitir a sus hijos?


G: Así como papá nos mostraba su interés por conocer las formas de vivir y hacer de los demás, para todas es muy importante transmitir a nuestros hijos el respeto por todas las personas que trabajan en nuestro equipo, ocupen el lugar que ocupen. Y también tratamos de inculcarles, desde chicos, que la palabra trabajo sea prioritaria. Cuando se acercaban a la empresa lo primero que hacían era ir a llenar bolsas de leña, más de grandes, les permitimos salir en el camión y con eso hacer algún dinero para el verano.

S: Nosotras terminamos trabajando en la empresa porque realmente nos gustó, pero en el fondo fuimos criadas muy libres. Con nuestros hijos somos iguales, en este sentido. Tenemos la idea de que la próxima generación se prepare y estudie lo que quiera, que armen sus vidas y si su interés coincide con esta empresa serán bienvenidos para proponer y fortalecerla; pero si no ocurre, está muy bien también.

G: En realidad las cuatro nos tomamos la empresa como un círculo nuestro. Nuestros maridos han estado a disposición y colaboraron en momentos puntuales, pero en realidad la empresa es un tema nuestro, de las hermanas. Es un clan.


¿Cuáles son los mayores desafíos y satisfacciones que han tenido compartiendo el liderazgo de la empresa?


G: Creo que el desafío lo vivimos día a día, año a año, adaptándonos a los cambios, buscando generar cosas nuevas, pensando qué otro servicio podemos brindar a los clientes para seguir. No es fácil mantener una empresa tantos años. Tener una empresa que perdure tanto en el tiempo es un desafío permanente para todas.

S: Comparto con Gisele, el desafío es a diario. Te levantás todos los días con una fuerza distinta y siempre te proyectás a futuro, independientemente de lo que pueda suceder. A veces no está en las manos de una, pero una hace todo lo posible para que las cosas funcionen. Ninguna de nosotras tiene el pensamiento de que dentro de cinco años la empresa no va a existir más, esa no es nuestra modalidad. Vamos a intentar lo mejor para la empresa, seguir pensando en cómo mejorarla y, a la vez, soltar eso de qué pasará mañana, porque no lo podemos saber.


¿Cuál es la clave de este equipo de hermanas?


S: Creo que cuando combinás la parte profesional, la preparación y el conocimiento, con la alegría de trabajar, es perfecto. Todas necesitamos estar acá, venir a la oficina, trabajar juntas.

G: Todas venimos con alegría a trabajar. Nos gusta estar acá y estar juntas.



Abril 2023

 

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